Migrar es un acto de valentía que ha sido determinante para el desarrollo de las sociedades en la historia de la humanidad. Hasta el año 2019, el número de migrantes internacionales ascendió a 272 millones y, de acuerdo a la ONU[1], esta cifra ha crecido más rápidamente que la población mundial en los últimos años. No obstante, poco se habla de los impactos positivos de la migración en el crecimiento de las sociedades, la economía y en la diversidad de las culturas. De acuerdo a estudios de las Universidades de Pensilvania y de la Universidad de California, Berkeley, la inmigración aporta positivamente a la innovación y al incremento de la productividad.

Debido a los avances tecnológicos y la globalización, parecería que las fronteras han comenzado a desdibujarse, pues cada vez somos más conscientes de las realidades del mundo y tenemos mayor información -en tiempo real-, de lo que sucede en otras partes, lo cual nos aproxima a múltiples situaciones aún sin estar presentes en ellas. Sin embargo, las políticas migratorias de muchos Estados son cada vez más restrictivas, situando en condiciones de mayor vulnerabilidad a quienes no han tenido otra alternativa que la migración.

Existen múltiples razones para migrar, unas personas lo hacen buscando su superación profesional o laboral, otras para estudiar, otras para experimentar nuevas vivencias, y muchas otras lo hacen porque es su única opción de supervivencia, seguridad e integridad. Siempre habrá razones para buscar la felicidad, aún si eso implica abandonar nuestras zonas de confort y arriesgar la vida. No podemos olvidar que todos los años cientos de personas pierden sus vidas al tratar de cruzar el Mediterráneo, la frontera entre Estados Unidos y México, el Caribe, entre otras regiones, por buscar un futuro mejor. Así mismo, miles de migrantes son víctimas de delitos como la trata de personas o el tráfico.

Alejarnos de nuestros hogares, seres queridos, del sentido de pertenencia a una ciudad, a una cultura, a una sociedad, no es fácil. Sin duda, el desarraigo implica cambios drásticos en la vida de un ser humano, que pueden ser nefastos cuando los Estados y las sociedades de acogida rechazan el derecho a migrar que todas y todos tenemos.

Ecuador, por su ubicación geográfica, historia y política migratoria, es un país con singulares características para la movilidad humana. Nuestro país ha sido históricamente un país de asilo, refugio, retorno, salida, tránsito de personas de diversas nacionalidades. En los últimos años, debido a la crisis humanitaria que está enfrentando Venezuela, se han elevado los flujos migratorios provenientes de este país, siendo Ecuador uno de los principales receptores, pero aún estamos lejos de asegurar que en Ecuador la migración es respetada y comprendida, mucho menos segura, regular y digna.

De acuerdo a la Plataforma Regional de Coordinación Interagencial R4V, más de 4,3 millones de ciudadanos venezolanos salieron de su país, principalmente a países de América del Sur.  Según cifras del Ministerio de Gobierno, al 3 de octubre de 2019, el saldo migratorio de personas de nacionalidad venezolana en Ecuador es de 371.913.

El último Monitoreo de Flujo de Población Venezolana (agosto-septiembre 2019) de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM),[2] refleja que muchas personas provenientes de Venezuela reflejan necesidades de protección por haber sido víctimas de violencia basada en género, discriminación, por falta de generación de ingresos, precariedad laboral, necesidad de asistencia legal, documentación y alimentación. Todas estas circunstancias dificultan que las y los migrantes venezolanos/as tengan condiciones de vida digna, a las que todas las personas tenemos derecho. Además, es necesario considerar que esta población incluye a un gran número de personas adultas mayores, niños, niñas, adolescentes, mujeres embarazadas y personas con discapacidad.

La Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible nos impone el reto de analizar cómo la migración contribuye al desarrollo sostenible del país y a pensar en políticas inclusivas que permitan una migración digna, sin discriminación y coherente con nuestra Constitución.

Este año hemos visto en repetidas ocasiones como los estereotipos y las expresiones de odio contra las personas migrantes han sido constantes en diversos ámbitos, afectando la integración de la población migrante que acogemos. Nuestro pasado como migrantes tampoco ha sido fácil y hoy más que nunca necesitamos recordar lo que significa ser migrante y lo importante que es contar con políticas migratorias adecuadas, medios de comunicación respetuosos, una sociedad inclusiva y sobretodo un Estado que garantice la seguridad, dignidad y derechos a todas las personas sin discriminación.

Desde el Consejo de Protección de Derechos seguiremos insistiendo en la necesidad de efectivizar la norma constitucional para garantizar y proteger los derechos de todas las personas que se encuentran en el país. Los derechos humanos  jamás  está atravesados por una línea imaginaria.

 

[1] https://news.un.org/es/story/2019/09/1462242

[2] https://www.oim.org.ec/2016/iomtemplate2/sites/default/files/publicaciones/REPORTE%20DTM%20R6_ECUADOR_2019%20%28002%29.pdf