Cada año, el 21 de septiembre, se celebra el Día Internacional de la Paz en todo el mundo. La Asamblea General de las Naciones Unidas ha declarado esta fecha como el día dedicado al fortalecimiento de los ideales de paz, tanto entre todas las naciones y todos los pueblos como entre los miembros de cada uno de ellos.

Pero, ¿Qué es la paz?. No solo implica el silencio de las armas y de los conflictos bélicos. Ante todo, es la posibilidad de vivir plenamente con dignidad. Lo que implica vivir una vida libre de cualquier forma de violencia, de cualquier forma de explotación y de cualquier manera de injusticia.

Por ende, atentar a la paz se da cuando en nuestra vida vivimos cualquier forma de violencia; ya sea como victimarios o como cómplices desde el silencio. En nuestros espacios propios y en la sociedad podemos reproducir patrones de violencia que los vamos normalizando, lo cual se convierte en un peligroso detonante de problemas mayores.

Como sociedad, no podemos permitir que la violencia – esas guerras cotidianas que vivimos – siga ganando terreno. La elevada cifra de mujeres que han sido asesinadas, lesionadas, violadas; las miles de niñas y niños que son maltratados; las personas adultas mayores que son abandonadas; son parte de estos conflictos que siguen creciendo.

Los estados y los gobiernos están llamados a generar condiciones para evitar estos conflictos. Lastimosamente – como fue evidente en la Asamblea Nacional en esta semana – muchas veces las y los tomadores de decisiones no pueden percibir esta realidad y con sus inadecuadas actuaciones solo posibilitan escenarios para que los conflictos crezcan cada vez más.

Pero en esta fecha no podemos dejar de mencionar a las víctimas de los conflictos armados. Según Naciones Unidas, en el mundo existen 68 millones de personas desplazadas por causa de conflictos políticos. En nuestro país es evidente esta cifra con la cantidad de hermanos y hermanas de Colombia que han debido huir de un conflicto armado que ha ido transformándose sin dejar de lado sus efectos perversos. Pero también por la cantidad de hermanos y hermanas de Venezuela que han debido salir de su país a causa de un conflicto político y económico de gran magnitud.

Es una lástima reconocer que las actuaciones de los gobiernos de la región – incluyendo el de Ecuador – frente a este tipo de conflictos han sido las peores. Han creado legislaciones y políticas que lo único que han logrado es precarizar aún más las condiciones de vida de las personas que son víctimas de los desplazamientos.

Por todo esto, en esta fecha es necesario realizar un llamado al Estado para que genere condiciones adecuadas para erradicar todas las formas de violencia. También es un momento para que la sociedad asuma un compromiso colectivo en favor de la solidaridad y la acción colectiva. Pero también debe ser una oportunidad para preguntarnos ¿Qué hacemos cada uno y una de nosotras por construir paz en todos los ámbitos en los que vivimos?, y con esto hacer un compromiso personal en defensa de la vida.